Recientemente, el destino me ha llevado a Bilbao, ciudad que no visitaba desde hacía ya varios años, en donde el vino es tan importante como en La Mancha. Nada voy a decir en este post de los maravillosos pintxos que rozan la categoría de obras de arte y jalonan por doquier los mostradores y las barras de cada bar, por modesto que sea. Tampoco es momento de hablar de los caldos que acompañan a estas muestras de deliciosos manjares en miniatura, de los txacolís de la tierra y demás caldos, también servidos en formato “mini”, el del txiquito.

De lo que quiero hoy hablar es de un maravilloso espacio que late en el centro de la ciudad y no, no me refiero al Guggenheim, ni al metro de Norman Foster, ni al Puente Zubiri, ni al Palacio Euskalduna.

Columna de AlhóndigaBilbao

Me refiero a Alhóndiga Bilbao

Este edificio modernista, creado en 1909 por el arquitecto municipal Ricardo Bastida, era un almacén de vinos, licores y aceites que abastecía a toda la provincia. El futuro de este bello recinto iba a ser ciertamente agridulce. En 1919, tan solo 10 años después de su inauguración, un incendio le obligó a mantener sus puertas cerradas hasta prácticamente la actualidad.

Pero en 1999 cambió la suerte de la Alhóndiga, y fue declarada “Bien de Interés Cultural”. El 18 de mayo de 2010 volvió a abrir sus puertas, tras una inversión de 80 millones de euros que sirvieron para que el arquitecto Philippe Starck rehabilitara el exterior y transformara, sorprendentemente, el interior.

El concepto Mens sana in corpore sano ha inspirado la concepción de este nuevo espacio en el que se unen el conocimiento, la cultura y la diversión. Un recinto multidisciplinar de 43.000 m2 que sirve de punto de encuentro, meditación y experimentación para bilbaínos y visitantes de todas las edades. Un antiguo almacén de vinos que, ciertamente, está viviendo un fabuloso presente y vivirá un apasionante futuro.

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