Los cambios de tendencia en el consumo mundial de vino reflejan una inclinación hacia los blancos, con preferencias para la Airén.
¿Ha llegado la oportunidad histórica para la uva Airén?
Los tópicos están para romperlos, y lo cierto que, ya sea por motivos generacionales, ritmos vertiginosos de la propia actualidad digital, o sencilla y llanamente, razones de índole económica, en este primer cuarto del siglo XXI se han diluido, hasta casi desaparecer, algunos de los clichés más tradicionalmente establecidos. Ofrecer una copa de blanco solamente al público joven (y femenino) forma parte ya del pasado.
Es más, ahora, al parecer, y según se desprende de los datos mundiales de consumo, el blanco ha desplazado al tinto en las preferencias mundiales. Viene de largo. Según el informe anual de la OIV Focus 2023, el consumo mundial de vino tinto, desde que alcanzara su máximo pico en 2007 (año, por cierto de techo histórico en la demanda mundial) “ha venido decreciendo hasta en un 15 % en los siguientes 15 años”. En la otra cara, el vino blanco, por el contrario, reflejó un crecimiento del 10 %.
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¿Por qué blancos?
Entre las causas los expertos apuntan a factores básicamente generacionales. Por un lado, se impone una demanda de vinos más frescos, afrutados y ligeros en boca, con una menor graduación alcohólica (más proclive en la calidez de los tintos) que unido a una mayor concienciación healthy de las nuevas generaciones, les lleva a buscar bebidas con menor alcohol (aunque no necesariamente más saludables ya que también se imponen los vinos más dulces).
En este sentido, existe una cierta paradoja ya que también se observa como los nuevos consumidores de vino asimilan sus hábitos de paladar con mayor reclamo de azúcar en los nuevos vinos. Su percepción del umbral más alto para el dulce, quizás, relacionado, con una de las alteraciones del sabor hoy más dependiente del azúcar en el presente siglo XXI, donde la OMS ya recomendara en su directriz de 2015, reducir “tanto en adultos como en niños, la ingesta de azúcares libres a menos del 10% de la ingesta calórica total”.
Como telón de fondo económico, no cabe duda de la profunda transformación de los mercados ocurrida en los ultimoscuatro años tras la irrupción de la COVID. Como corroboró a principios de año la propia OIV, es importante destacar “la disminución del consumo de China, con una pérdida media de 2 Mhl anuales desde 2018”. A todo ello se añade la reverberación de los conflictos y las “tensiones geopolíticas”, en particular el conflicto de Ucrania.
Un panorama que a finales del 2023 no vio la luz con “las subsiguientes crisis energéticas, junto con las perturbaciones en la cadena mundial de suministro, que provocaron un aumento de los costes de producción y distribución.” Todo ello explica como “en el contexto de un panorama económico complejo, caracterizado por presiones inflacionistas a escala mundial, los principales mercados vitivinícolas experimentaron notables descensos en 2023.”
En la otra cara de la moneda, también juega una baza muy importante los vinos blancos como base en los llamados vinos espumosos. Aunque pueda también resultar paradójico en un relativo contexto de incremento en los costes y mayor austeridad en el consumo de bebidas de ocio, ultimamente se imponen los vinos espumosos frente a la tradición de los vinos tranquilos. En efecto, los vinos espumosos (doble fermentación en botella, que viene a ser lo mismo que los prestigiosos champagne y también vinos cava) son los que mejor han resistido la inestabilidad de los mercados internacionales en los ultimos años. Y eso, teniendo en cuenta además que las burbujas francesas y catalanas han cedido paso en las ventas al creciente empuje de los vinos prosecco italianos. Según datos del Istituto Nazionale di Statistica transalspino, “el valor de las exportaciones de vinos espumosos italianos en el exterior superó los 2.200 millones de euros en 2023”.
Todo ello, quizás, pueda generar una cierta incertidumbre en la reacción que puedan tener los nuevos consumidores hacia el vino en un futuro, habida cuenta del cambio generacional que ha experimentado el tinto con vinos de largo paso por madera (grandes reservas, etc) cuyo consumo decrece cada año. Discernir si estos nuevos consumidores de vinos blancos con preferencia sobre la Airén “darán el salto” hacia otros vinos blancos de mayor estructura e incluso tintos, sigue siendo una incógnita.
Motivos para la esperanza.
En los registros que maneja el Observatorio Español para el Mercado del Vino, hay razones que apuntan a una cierta recuperación, aunque tímida del consumo ya que “a nivel interanual, con un volumen de 9,75 millones hl (TAM Mar 23-Feb 24), el consumo aparente de vino aumentó un +2,0%, rompiendo así la tendencia negativa de 2023.”
Se añade al respecto el enorme potencial de los vinos propiamente manchegas. A este respecto, conviene subrayar que, aunque si bien es cierto, que los tintos (jóvenes) tempranillo (cencibel) han sido tradicionalmente los vinos con mayor proyección comercial en los mercados con una mayor respuesta en el embotellado por parte de las bodegas manchegas, lo cierto es que el universo varietal y el espectro de la superficie de viñedo acogido a la propia Denominación de Origen La Mancha refleja un músculo productor y una envergadura capaz de satisfacer la demanda global con absolutas garantías. Ahí están lo datos de las variedades permitidas en el Pliego de Condiciones de la Interprofesión, donde la variedad blanca Airén, con sus 86.000 Ha cultivadas evidencia una capacidad de respuesta abrumadora.
Una variedad Airén que, en su contra, presenta un anonimato comercial por parte del consumidor. Hasta la fecha, más allá de las fronteras más puramente regionales los vinos blancos Airén no gozan de la popularidad de sus homólogas blancas como la variedad verdejo en España, el glamour y el escaparte mundial de la chardonnay y la Sauvignon Blanc (todas ellas, por cierto, también cultivadas en La Mancha).
Sin embargo, su reclamo siempre ha estado presente para otros usos vinícolas. Desde que la filoxera arrasara a finales del siglo XIX la producción del viñedo europeo, la variedad airén se convirtió en bandera y motor de cambio en la industria vitivinícola manchega, como proveedor mundial. A todo ello, además, se suma la propia naturaleza organoléptica de los blancos airén, que si bien, no permiten un despligue de virtudes barrocas en la copa, sí ayudan, desde su sencillez aromática, a una convivencia de ensamblajes para otros vinos blancos, aportando quietud y estabilidad de parámetros en acidez y alcohol.