Recreación de una cocina castellana en el Siglo de Oro. Museo Casa de Dulcinea. El Toboso (Toledo)
Recreación de una cocina castellana en el Siglo de Oro. Museo Casa de Dulcinea. El Toboso (Toledo)

José Antonio Negrín de la Peña

JoseAntonio.NPena@uclm.es

Universidad de Castilla La Mancha

La fragua templa la obra del herrero, y el vino, el corazón de los arrogantes y pendencieros… ¿Qué vida es la de los que del todo carecen de vino? Fue creado para la alegría de los hombres. Alegría del corazón y bienestar del alma es el vino bebido a tiempo y con sobriedad[1]

 


 

Contenidos

Vino y novela picaresca.

Más allá de ser una bebida el vino, -bebido a tiempo y con sobriedad-, es alegría del corazón y bienestar del alma. No serán estas líneas las que lleven la contraria al libro bíblico del Eclesiástico. Tampoco lo hicieron muchos poetas, dramaturgos o novelistas a través de la historia de la literatura y, -de entre ellos-, los que contaron las vidas y milagros de los pícaros del Siglo de Oro español.

'Uva tinta'. Fotografía de Luna de la Ossa
‘Uva tinta’. Fotografía de Luna de la Ossa

Es generalmente aceptado que la novela picaresca, como género propio, aparece en 1554 con la publicación de la Vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, suponiendo una gran novedad dentro de la narrativa española. De autoría anónima, su protagonista es un pícaro, un buscavidas. Un individuo marginal, de estrato social humilde que, desde muy niño, tiene que buscar el sustento y lo hace al servicio de los más insospechados mentores y amos, obligándole, -a través del ingenio-, a intentar cubrir sus necesidades más perentorias. De entre estas necesidades, -se antoja que la más urgente-, es la del sustento alimenticio y como parte de ese sustento, el vino.  Es aquí donde la novela picaresca será un espejo de las ofertas gastronómicas (y vinícolas) de la época del Siglo de Oro español.

Desde 1554 hasta 1646, se puede acotar el tiempo de la novela picaresca de este glorioso periodo de las letras hispanas. En él, reinaron Carlos I, Felipe II, Felipe III y Felipe IV, pasando de los tiempos de gloria imperial a una Monarquía Hispánica encerrada en unos “muros desmoronados” citando a otro “peculiar pícaro” como fue Francisco de Quevedo. Detrás de esos muros, no es de extrañar, que el hambre formara parte de la vida de los hombres y mujeres de la época y que, por ello, aquellas personas tuvieran que buscarse “la vida y las mañas”, -de mil y una maneras y no siempre cumpliendo con la legalidad vigente-, para sobrevivir.

 

Es el hambre, -es la penuria que pasa el pícaro-, la que se ha de vencer con ingenio y, más que nunca, con picardía. Sin embargo, el hambre no es la raíz de la novela picaresca. Bien es cierto que, por ejemplo, en el Lazarillo de Tormes, la mayoría de los mentores de Lázaro no le dan de comer (ni de beber vino) y por ello, comer (y beber vino), se convierte en la esencia de la narración. Lo curioso, y lo destaca Luis Marías, es que esta hambre “procede de la avaricia y no de la absoluta escasez y pobreza”[2]. Este es el motivo por el que en muchas de las narraciones picarescas hay también cierta actitud moralizante encubierta, contra la avaricia y contra ciertos estamentos que lejos de ayudar a los pobres, se aprovechan de ellos.

Estos relatos, supuestamente autobiográficos, de pícaros hambrientos usan el vino tanto en su literalidad, -sustento o deleite-, o como una fuerte carga simbólica. El vino puede ser utilizado como instrumento para representar tanto la astucia del protagonista para procurarse sustento ante la necesidad y el hambre que padece suponiendo, por tanto, una transgresión moral al robar o engañar a alguien de mayor rango o calidad, para beber vino, o como el de servir como crítica social ante la desigualdad y la injusticia en el consumo de un bien, considerado, como elemento sagrado (algo tendrá el vino cuando lo bendicen).

En la España del Siglo de Oro, el vino era parte fundamental de la dieta (mediterránea) y de la cultura popular, asociado tanto al goce como a ciertos excesos. Los refranes de la época ya unían el pan y el vino como binomio de sustento, reflejando que incluso las clases humildes consideraban al vino un alimento básico (“con pan y vino, se hace el camino= se sobrevive”).

 'Vino Tinto', Imagen de Sergio Vidal
‘Vino Tinto’, Imagen de Sergio Vidal

En las novelas picarescas, -narradas en primera persona por jóvenes pobres que deben “remar con fuerza y maña” contra la adversidad-, el vino aparece reiteradamente como bien preciado y escaso, cuyo acceso marca la diferencia entre la penuria y/o el alivio. Para el pícaro conseguir vino suele requerir ingenio o engaño, dado que normalmente está reservado a sus amos o a quienes tienen medios. Así, cada mención al vino suele ir acompañada de alguna artimaña del pícaro para beber a escondidas, robar un trago para diluir su miseria momentáneamente.

Sin embargo, el vino no es solo alimento físico en estos relatos, sino que adquiere connotaciones simbólicas más profundas. En muchos pasajes, el vino representa la alegría efímera en medio de la miseria, el consuelo que “alivia sus pesares” al pícaro y a sus amos por igual. Por eso es un bien vigilado celosamente por los que lo poseen.

En paralelo, el acto de beber vino o de procurárselo ilícitamente implica transgresión: los pícaros frecuentemente violan normas sociales y morales (roban a sus amos, mienten, burlan la confianza) para obtener ese líquido “preciado”. Dicha transgresión, a veces, adquiere un matiz sacrílego o de crítica social, ya que el vino en la cultura cristiana está cargado de simbolismo religioso (es sangre de Cristo en la eucaristía). Varios críticos han observado que, en estas novelas el pan y el vino, elementos de la comunión, aparecen despojados de sacralidad y ligados a actos mundanos (robo, engaño, e incluso connotaciones sexuales) como una burla ambivalente.

Presa antigua con uva tinta
Presa antigua con uva tinta

En suma, el vino en la picaresca funciona en múltiples niveles. En el plano narrativo, es parte del realismo con que se pinta el día a día del pícaro, un acompañante fiel que quita el frío y el hambre momentáneamente. En el plano del carácter, revela facetas de los personajes: la glotonería y astucia del pícaro, la mezquindad de sus amos, la camaradería o traición entre marginados (compartir un jarro de vino crea lazos, disputarlo genera conflictos). Y, en el plano simbólico, el vino se asocia con vicios y virtudes: puede significar alegría, sustento y vida, pero también engaño, pecado o crítica velada.

‘El Lazarillo de Tormes’: astucia, supervivencia y profecía del vino.

 La vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades[3], novela anónima de 1554, es un falso relato autobiográfico, escrito en primera persona a modo de historia epistolar con algún hombre principal no precisado, estructurado en siete Tratados o capítulos.

“En la novela picaresca, el vino representa la alegría efímera en medio de la miseria”

En el Tratado Primero, Lázaro nos cuenta como era su vida. Desde este primer Tratado, donde sirve a un mendigo ciego, Lázaro descubre que el vino puede ser su mayor deleite, pero también la causa de severos castigos. Al principio, “usaba poner (…) un jarrillo de vino”, -cosa hoy políticamente incorrecta cuando se trata de un menor-, y más cuando Lázaro se declara “hecho al vino”-. Esto corrobora la idea de que, el vino, como alimento, era consumido hasta por las clases menos favorecidas y a cualquier edad. De hecho, cuando golpea el ciego a Lázaro con la jarra y lo hiere, después lo cura con vino “lo que te enfermo, te sana y da salud”. Esta escena, además de humor negro, condensa una simbología importante: el vino es a la vez daño y cura, castigo y salvación. La exageración humorística encierra una verdad: para Lázaro, cuya orfandad y miseria lo dejan sin amparo, el vino se convierte realmente en fuente de vida y resiliencia, un “padre” simbólico que lo reanima en sus constantes golpes. El vino, se ve pues, como símbolo de la lucha ingeniosa por la supervivencia. Lázaro arriesga el físico por unos tragos que le reconforten el cuerpo y el ánimo, y paradójicamente ese mismo vino termina sanándolo tras herirlo.

”En la España del Siglo de Oro, el vino era parte fundamental de la dieta Mediterránea”

En el último Tratado VII, Lázaro consigue en Toledo un modesto oficio real: “alcancé oficio de pregonero, ganado por mi virtud y ayuda de amigos” y, entre sus funciones, especifica “tengo cargo de pregonar los vinos que en esta ciudad se venden”. Es decir, ahora es pregonero de vinos. Ningún negocio de vino prospera en la ciudad sin que Lázaro de Tormes lo pregone públicamente, según él mismo presume (con cierta ironía sobre su importancia). De este modo, el vino se convierte en el sustento oficial de Lázaro en su vida adulta. La profecía del ciego (“serás bienaventurado con vino”) se cumple de forma ambigua: Lázaro alcanza prosperidad como pregonero de vino, pero a costa de transigir con la corrupción moral de su entorno. Esto sugiere otra crítica social: el único “milagro” que saca al pícaro de la miseria no proviene de virtudes cristianas, sino del vino y de la aceptación de la hipocresía (recibiendo las sobras del arcipreste, incluyendo “buen pan y vino”, a cambio de callar). Vemos, pues, que en Lazarillo el vino acompaña al protagonista en un recorrido completo: de ser niño hambriento que roba vino por necesidad, a hombre hecho que vive del vino y cierra los ojos ante transgresiones mayores.

En definitiva, el vino es símbolo de su picaresca educación en la escuela de la vida, a la vez premio y tentación, sustento y comentario mordaz sobre la sociedad.

[1] Eclesiástico 31, 31-36

[2] Todas las referencias textuales pertenecen a la edición La novela Picaresca, prologado por Julián Marías, Barcelona, Mail Ibérica, 1969.

[3] Anónimo. “El Lazarillo de Tormes”, en  La novela Picaresca, prologado por Julián Marías, Barcelona, Mail Ibérica, 1969.

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