Dos jóvenes terreras posan junto a la lumbrera de una cueva
Dos jóvenes terreras posan junto a la lumbrera de una cueva

Homenajeadas recientemente, las terreras se han convertido en el emblema de la mujer manchega, como ejemplo de esfuerzo y sacrificio en el pasado.

La historia más contemporánea de Tomelloso se circunscribe a su paisaje urbano. Chimeneas, depósitos, alguna fachada de tez abolengo y en ocasiones el trazado rectilíneo de sus calles. Vías y avenidas en cuya epidermis pronto el visitante forastero queda atrapado en la curiosidad de sus aceras por donde asoman las conocidas “lumbreras”. Estas rejillas, que cumplen una doble función de ventilar e iluminar las profundas oquedades del subsuelo, en realidad reflejan la riqueza geológica, cultural y antropológica más singular del municipio tomellosero. Algunas fuentes calculan que fue por allá, en el 1820 cuando comenzaron a excavarse las primeras cuevas en la localidad manchega, llegando a superarse los dos millares en los albores del siglo XX.

Picador y terrera realizaban juntos el oficio familiar. Imagen de Alicia Olmedo
Picador y terrera realizaban juntos el oficio familiar. Imagen de Alicia Olmedo

En la construcción de una cueva de una profundidad media de unos 12 metros, el techo se formaba de una sólida capa dura de roca tosca con varios metros de espesor que después servía para afianzar la estructura de la oquedad abovedada, albergando desde tinajas de barro de varias arrobas de capacidad, hasta otros enseres más rudimentarios del lagar de una bodega como bombas, cuerdas, escalas y otros alimentos para su refrigerio.

Una arquitectura particular bajo las entrañas de Tomelloso que cumplía la función de bodega (autoconsumo) y despensa de alimentos en las familias manchegas hasta casi la década de los años 70. Su presencia se ha convertido en el orgullo patrimonial del municipio como reclamo para el turismo, siendo también un paradigma a remarcar para las generaciones futuras del esfuerzo y la resiliencia de aquellas vecinos que las forjaron, literalmente, pico en mano y espuerta; o dicho con otras palabras, con el sudor y trabajo del “picador” y las “terreras”. Como se explica en la web cuevasdetomelloso.com estas mujeres eran las “encargadas de trasladar la tierra y la arena extraídas del interior hasta la superficie, que en muchos casos se venía aprovechando para el pavimento de calles o para levantar sus propias casas.”

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Oficio de generaciones

La conexión del picador con el exterior y su terrera se realizaba con la maroma (fuertes cuerdas de esparto) donde las propias terreras debían subir con sumo cuidado (para no descalabrar al operario) las espuertas de tierra y piedra. Hablamos de 800 toneladas de tierra en la excavación de una cueva de proporciones medias, lo que se traduce en más de 20.000 capazos de 40 kilogramos cada uno.

Un trabajo físico y manual que exigía un esfuerzo dual y una doble complicidad entre picador y terrera. No es de extrañar que en ocasiones ambos fueran familia, incluso matrimonio, formando una “sociedad” conjunta especializada en abrirse paso en las entrañas de la tierra caliza, ya fueran cuevas, pozos o cualquier otra excavación. Es el caso de la terrera tomellosera, Faustina Morcillo. Recibe al redactor de Consejo Abierto en su propia casa, rodeada de sus hijos, nieta y biznieto, que la escuchan con respeto y admiración. Nacida en 1931, a sus 94 años sorprende con la vitalidad del rostro y la energía en la voz de alguien que se ha pasado prácticamente toda su vida alzando  los escombros de cuevas y sobre todo pozos, junto a su marido picador, Bruno Buitrago.

Faustina madre y Faustina hija, encarnan una generación de terreras en Tomelloso
Faustina madre y Faustina hija, encarnan una generación de terreras en Tomelloso

Sin más ayuda que sus brazos, con jornadas de sol a sol, podía llegar a sacar “un metro cúbico de tierra al día”, según matiza su hijo, Bruno. Más tarde, le acompañaría su otra hija, Faustina Buitrago (77 años), quién terminaría siendo su relevo en la maroma. Lo había visto desde pequeña, ya que su abuelo paterno y sus tíos fueron picadores. Con apenas 13 años, pozos, norias, aljibes o reformas de cuevas se convirtieron en el apoyo familiar hasta los 21 años que decidió casarse.

Un carácter que se infundía en la ropa. Y es que las terreras se “vestían por los pies”. Su vestuario icónico era sencillo y funcional. Como matiza Faustina Buitrago, “el que estaba abajo cavando miraba hacia arriba y te veía, por eso la prenda de los “pantalones era lo más práctico”. Le acompañaban una camisa o saya, un mandil junto a un pañuelo y en ocasiones sombrero para el sol. El paso era firme con las albarcas y un calcetín recio. Cuando la cueva o el pozo exigían mayor esfuerzo doblaban presencia trabajando en parejas de terreras.

Recuperando su legado

Una labor, silenciosa en ocasiones, pero paralela y fundamental al trabajo picador que horadaba la tierra, que ha marcado un hito incluso en el rol laboral de la mujer manchega.

Ya entonces, fueron portada captando el interés en un reportaje de la conocida revista Blanco y Negro con fecha 20 de septiembre de 1896 donde se subrayaba el vestuario “adelantado” en su momento  y  el papel de las mujeres terreras de Tomelloso: “ofrece dicho pueblo [Tomelloso] la particularidad de ser acaso el único de España donde usan pantalones las mujeres”.

Una escultura eregida en la plaza recuerda a las terreras de Tomelloso
Una escultura eregida en la plaza recuerda a las terreras de Tomelloso

Durante el 8-M de 2024, el ayuntamiento de Tomelloso rindió homenaje a varias de las terreras de la localidad erigiendo además una escultura en la plaza del municipio en su recuerdo. “Para ellas, era su día a día, lo veían como algo normal pero yo no pensaba que una mujer fuera capaz de hacer esos trabajos tan duros”, reconoce Alicia Olmedo, nieta e hija de (“las Faustinas”) terreras.  Hay quien sitúa a las terreras como un paradigma de la mujer manchega, trabajadora.

Portada en Blanco y Negro de las Terreras. 1896
Portada en Blanco y Negro de las Terreras. 1896

María José Anguilar, catedrática de la UCLM, señala la importancia del rol tradicional de género y la resistencia “silenciosa” pero significativa de las terreras. En el documental ‘Son Terreras’ explica, como “esa generación de mujeres en el medio rural español, sin haber oído la palabra feminismo, fueron sin embargo artífices y protagonistas silenciosas del mayor proyecto de empoderamiento femenino intergeneracional de la historia de nuestro país”. En el documental filmado en Tomelloso por María Valvanera se agradece todo ese legado ya que estas terreras “hicieron todo lo imposible para que sus hijas tuvieran más oportunidades”.

 

Picadores realizando su oficio. Imagen facilitada por Alicia Olmedo
Picadores realizando su oficio. Imagen facilitada por Alicia Olmedo

Vocabulario tomellosero del subsuelo

Entender el acervo popular más tomellosero pasa por conocer los detalles de su historia y tradiciones; dicho con otras palabras, es profundizar (nunca mejor dicho) en el significado de algunas de sus tradiciones con mayor identidad como son sus cuevas. En el argot, para comprender la importancia de estas construcciones, una pequeña muestra en pocas palabras:

  • Terrera: las mujeres encargadas de trasladar la tierra y la arena extraída desde el interior de la cueva hasta la superficie.
  • “Picaor”: los hombres que realizaban, pico en mano, la función de picar la tosca (roca caliza) para abrir las cuevas. Usaban picos, palas y cuñas de hierro. Su trabajo requería fuerza y precisión.
  • Lumbreras: rejillas o aberturas en la calle que conectaban con el techo de las cuevas; servían para dar luz, ventilación, y permitir la salida de gases de la fermentación del vino.
  • Tinajas: recipientes elaborados, primero en arcilla, más tarde en hormigón, destinados a la conservación del vino en las cuevas. Se medía su capacidad en arrobas, siendo Villarrobledo el municipio más representativo en su industrias artesanal.
  • Tosca: Roca caliza blanda típica del subsuelo de Tomelloso. Es fácil de excavar pero resistente una vez seca, lo que permite que las cuevas sean estables sin necesidad de refuerzos.

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