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Organizada por el gobierno autonómico, la exposición itinerante Vinum, vita est en el Museo provincial de Ciudad Real recorre los orígenes culturales del vino en Castilla La Mancha
Más de 250 piezas con una gran riqueza arqueológica, cultural y antropológica sirven como hilo conductor para viajar en la historia del vino y su elaboración a largo de los siglos en el centro de la Península Ibérica. Desde los primeros contactos comerciales de los pueblos prerromanos con la cultura griega y fenicia, hasta la catarsis histórica que supuso la filoxera para el viñedo europeo y las consecuentes oportunidades de mercado para La Mancha durante el siglo XIX, el visitante construye la imagen de la vid como sustrato común y cultural que ha arraigado en las tierras del Quijote, ya desde la Antigüedad.
De la mitología griega y su consumo en los simposium
La permeabilidad de los pueblos autóctonos de la Edad del Hierro fue determinante para la introducción del vino en el interior peninsular, no solo por los intercambios culturales y sobre todo comerciales, sino fundamentalmente por el influjo social y económico. El vino se asocia a las elites sociales en su consumo, como elemento de distinción en los intercambios comerciales con las civilizaciones mediterráneas, y también, por influencia, a los rituales de libación como ofrenda para dioses y difuntos.
El ajuar encontrado en algunos yacimientos de Castilla La Mancha como refleja la muestra en de las Damas oferentes presenta la aparición de vasos cerámicos (con vajilla fina) dedicados expresamente a una finalidad sacra. El vino (tinto), por su color y reflejos, tendría entonces unas connotaciones netas asociadas a la sangre, la inmortalidad y la vida (como cristalizaría siglos después en los textos bíblicos del Nuevo Testamento).
Macarena Fernández, arqueóloga experta en el mundo íbero, especializada en Alarcos (Ciudad Real) cree que la vid ya era de sobra conocida en la Península en el mundo antiguo: “a través de un proceso de aculturación se forma el mundo ibérico. En concreto, en la provincia de Ciudad Real, por ejemplo, la cultura oretana. En un primer momento, el vino que se consume es importado del Mediterráneo y consumido por esas elites íberas”.
Son algunas de las conclusiones que arroja la exposición Vinum vita est, instalada en el museo provincial de Ciudad Real, donde como explica su director, José Ignacio De la Torre, el objetivo “es mostrar la relación histórica de Castilla La Mancha con el mundo Antiguo y sus raíces vinícolas por medio de las vasijas y diferente vajilla importada y también aquellos espacios de producción”.
Macarena Fernández, arqueóloga: “El conocimiento del vino en el interior de la Península es anterior a Roma. Las elites íberas ya lo consumían por influencia oriental”
Con ello, se demuestra el vínculo del vino con la región castellanomanchega. “La vid en estado silvestre es conocida en todo el arco meditarráneo desde el epipaleolítico (10.000-3.500 ac), pero habrá que esperar hasta el siglo VI ac para tener evidencia científica en yacimientos peninsulares donde existen manifestaciones de la producción de vino.”
El vino al servicio la maquinaria bélica
Uno de los puntos con mayor atractivo de la exposición Vinum vita est está precisamente en la herencia concreta del mundo latino, de la que culturalmente los pueblos del Mare Nostrum son deudores. Con las guerras púnicas, la Roma republicana de Escipión zanjaría definitivamente el peligro cartaginés en el Mediterráneo terminando por afianzar sus dominios en puntos estratégicos como la Península Ibérica. El asentamiento de la romanización se consolidaría sobre la base de anteriores contactos como las ciudades fenicias y griegas para terminar de penetrar hacia el interior. El consumo de vino y hasta su elaboración serían ya patentes en algunos puntos de Castilla La Mancha, encrucijada de caminos de las principales vías de comunicación con las grandes urbes.
En puntos como Libisosa (actual Lezuza, en la provincia de Albacete) se han documentado los vestigios más antiguos vinculados a la viticultura. La exposición demuestra como ya el vino formaba parte de las sociedades romanas con la aparición de rudimentarios lagares, con prensas y pisado de uva.
Aparece en las vitrinas una interesante muestra de ánforas romanas, como recipientes para el transporte de vino más representativo en el mundo romano. Formaban parte de la entramada red de rutas comerciales que recorrían los mares para terminar desembarcando en los principales puertos (Cartago Nova, Tarraco o Gades) adentrándose en la zona interior de las provincias. Se testimonia la presencia de Roma en puntos como Consabura, Toleto, Sisapo, Laminium, Oreta, entre otros.
Lujo, vino y triclinium
Ha sido, desde siempre, uno de las imágenes que configuran nuestro estereotipo de velada romana en el lujo y disfrute de las clases patricias, más acomodadas. A Roma le debemos, casi podría decirse, la introducción placentera del vino en las comidas. Todo un ritual social que exigía unos cánones hasta en la disposición de los invitados por pertenencia social. El elemento principal era el triclinum (derivado del griego Kline), donde el comensal, literalmente se reclinaba en postura semi tumbada para disfrutar las viandas.
El vino se solía servir mezclado con miel y especias (mulsum) acentuando su sabor en diferente consonancia con los entrantes (gustatio), plato principal (prima mensae) y postre (secundae mensae). El punto de clímax social y festivo se alcanzaba al final, de manera protocolaria, con la degustación de los mejores vinos (comisattio) y el placer de música, las danzas teatrales o la buena conversación. El ‘magister bibendi’ era la figura clave (quizá, el primer referente de sumiller en la antigüedad) era el encargado de administrar la proporción adecuada de vino y agua. El menú era variado según las posibilidades económicas del anfitrión, que solía honrar a sus invitados más distinguidos con productos exóticos de diferentes puntos del Imperio (precisamente, con el Imperio, las costumbres más sobrias de la tradición romana derivarían en el exceso bacanal).
Ángel Felpeto, Consejero de Educación y Cutura: “Es una muestra didáctica que sirve tanto a los ojos de un escolar de tres años como a un profesor universitario”
Ya entonces, la vajilla y el recipiente eran importantes para el consumo de vino. Una de las piezas cerámicas más populares del mundo romano fue la llamada ‘terra sigillata’, muy conocida por ser estandarizada junto a su barniz rojo brillante. El vidrio, al principio estuvo restringido a una minoría.
Aún hoy, resulta relativamente fácil imaginar la escena en los soportales del atrio de una domus romana sobre el pavimento de los mosaicos romanos en las villae más lujosas de la Antigua Roma.
Incluso, muy ilustrativa resulta la recreación de un cubiculum romano en un campamento romano, con la disposición castrense de los literas para los legionarios de la vieja Loba capitolina.
Gregorio Jaime, Director General de Industrias Agroalimentarias y Cooperativas: “La exposición refleja la importancia milenaria que ha tenido el vino en Castilla La Mancha”.
La muestra continua después en un interesante recorrido por el pasado medieval, donde el vino en Al-Andalus era tolerado (en el ámbito privado), a pesar de las prescripciones coránicas. Así se pudo ver en las vides de Calatrava la vieja, vinculadas a su mezquita y al adalid de la población. Su consumo estaba más restringido a grupos más privilegiados en veladas poéticas.
La vid como estímulo repoblador
Posteriormente, con el empuje de los reinos cristianos, la repoblación correría a cargo de las propias Órdenes Militares, que encontrarían en los viñedos el modo de atraer y fijar mayor población. Las Cartas Puebla fundacionales y los diferentes fueros “insisten en la propiedad de la tierra” además de fomentar una protección para la celebración de ferias y mercados.
Ya en la Edad Media se distinguía la calidad de los vinos según su prensado, variedad y propiamente añada.
De tierra de frontera a vinos de Corte
Aunque el siglo XVI y XVII enmarca uno de los momentos más paradójicos (creatividad cultural y artística frente a la crisis y decadencia del imperio hispánico), La Mancha sería rescatada del olvido no solo por Cervantes, con la obra capital de las letras castellanas, sino también por la expansión económica de la viticultura hacia la capital del reino. Instalada la corte en Madrid, la colindancia de los vinos manchegos se tradujo en nuevas posibilidades de crecimiento. Desagrada en impuestos durante el imperio, condenada a la obviedad en las cercanías de una capital centralista y absorbente, los vinos de La Mancha tendrían no obstante en la capital madrileña su mercado más cercano y natural. Son prolíficos los textos de las plumas del Siglo de Oro, donde por ejemplo, el mismo Lope de Vega menciona al ‘Galán de la Membrilla’.
Despegue industrial
En un contexto de pleno desarrollo industrial, no puede definirse la viticultura europea del siglo XIX sin la filoxera. Un insecto de procedencia americana cuya voracidad llevaría a arrasar casi todo el viñedo europeo. Su llegada al suelo español estaría en el último cuarto del siglo XIX, siendo La Mancha uno de las zonas productivas donde se más se dilató su entrada.
Eso le daría una mayor oportunidad de mercado a los vinos manchegos, incluso en el vecino país francés. La demanda incentivará el despegue de la industria vinícola en los pueblos de La Mancha, que unido al ferrocarril, fomentará la fijación de población en algunos municipios, transformando además su propia fisonomía urbana.
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