Municipios manchegos como Villacañas o Tomelloso rememoran sus raíces con la recuperación de antiguas construcciones subterráneas

Durante siglos, en la Edad Media, para los árabes fue conocida como la seca (‘la mancha’). Un rasgo que define las duras condiciones pluviométricas de la extensa llanura, con precipitaciones anuales que apenas superan los 450 mm.  y temperaturas de contraste extremo en invierno y verano. Sin embargo, la dureza que moldea a sus gentes y sus tierras, no impide descubrir el interés geológico y natural de los suelos manchegos. Con una altitud media que no supera los 700 metros, sin grandes estribaciones y una planicie que resume su vasta extensión, la tierra manchega queda determinada por el particular rastro de tierra rojiza, con sedimentos miocénicos y una estructura caliza.

 

Imágen tomada en 2013, con el gran nivel de las aguas. Foto, página Oficial del Parque Natural Lagunas de Ruidera
Imágen tomada en 2013, con el gran nivel de las aguas. Foto, página Oficial del Parque Natural Lagunas de Ruidera

El resultado sorprende sobretodo, abajo, en la tremenda oquedad  que supone La Mancha en sus entrañas. Solo así, entendemos la unicidad de fenómenos naturales como las propias lagunas de Ruidera, certeramente retratadas en la pluma de Cervantes y las visiones del Quijote: “Solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando, por compasión que debió de tener Merlín dellas, las convirtió en otras tantas lagunas, que ahora en el mundo de los vivos y en la provincia de la Mancha las llaman las lagunas de Ruidera; las siete son de los reyes de España, y las dos sobrinas, de los caballeros de una orden santísima que llaman de San Juan. Lo que imaginara la mente del hidalgo caballero no son sino las formas kársticas que convierten a Ruidera en el pulmón y oasis manchego reflejando la singularidad del río que las nutre. El Guadiana explica su intermitencia de caudal en la permeabilidad de su tierra, con una importante riqueza freática en los niveles subterráneos. Así lo expresa el Quijote en el capítulo XXIII de la Segunda Parte: “Guadiana, vuestro escudero, plañendo asimesmo vuestra desgracia, fue convertido en un río llamado de su mesmo nombre, el cual cuando llegó a la superficie de la tierra y vio el sol del otro cielo, fue tanto el pesar que sintió de ver que os dejaba, que se sumergió en las entrañas de la tierra”.  Tímido e inconsistente, con un marcado estiaje en los meses de verano, el Guadiana en sus acuíferos vertebra la vida en la agricultura, configura la pátina de color de los humedales de excepción en la riqueza y deleite para ornitólogos.

 

A golpe de pico y tradición vinícola

Del capricho modelado en las formas calcáreas, La Mancha también exhibe un interesante muestrario de estructuras creadas por la mano del hombre.  Resultan variadas las diferentes construcciones que han aprovechado la complicidad en el desnivel de la tierra para encontrar cobijo en las cuevas bajo las faldas de la montaña. En el caso de La Mancha, con la escasa elevación y su carácter plano,  el ingenio agudiza su labor y esas cuevas se alcanzan en profundidad, en sentido vertical, ayudados por la propia naturaleza. En Tomelloso, la efervescencia industrial que hiciera despegar a su población durante el siglo XIX, se refleja en la multiplicidad de cuevas que respiran bajo el asfalto. Por centenares se llegaron a contar en aquellos años; y aún quedan rastros en las aceras para el peatón que tropieza con sus lumbreras, respiraderos de luz y aire que emergen desde las profundidades del subsuelo tomellosero.

José María Díaz y Ángel Bernao observan el techo de una cueva tomellosera

Algo que no ha pasado desapercibido para Ángel Bernao, paisano de Tomelloso, que recientemente ha publicado un libro, Historia de una ciudad las cuevas de Tomelloso’, documentado, la historia y origen de las cuevas típicamente manchegas. Entusiasta con las tradiciones,  Bernao,  ha reportado cada rincón subterráneo de las cuevas en este municipio de la provincia de Ciudad Real para destacar la singularidad de unas construcciones que muestran el crecimiento económico de La Mancha en torno al cultivo de la vid. Como afirma Bernao, se llegaron a contar por miles durante el siglo XIX, como ejemplo del despegue y transformación de la estructura productiva acontecida en La Mancha, y en la que mucho tuvo que ver el reajuste de la oferta productiva con la plaga de la filoxera en el viñedo europeo: “Lo curioso era ver las cuevas, algo que era una aventura, porque la gente se ponía a picar y no sabía lo que iba a encontrar debajo. Después, según las necesidades, buscaba mayor o menor espacio según las necesidades productivas que tuvieran con las tinajas.»

Imagen de una cueva tradicional en Tomelloso, donde las hay a centenares

Legado tradicional ligado a las viviendas familiares, hoy patrimonio cultural de su reciente historia, las cuevas tomelloseras son fruto del ingenio antepasado y la propia naturaleza geológica de los suelos manchegos: “La cuevas tienen siempre, lo que aquí llamamos una capa espesa, o costra  como aquí la llamamos, que puede tener de 2 a 4 metros de altura, después venía ya el material blando. Esa costra o capa dura, está formada por un conglomerado de cantos rodados, fruto de la sedimentación de varios siglos.” Como además argumenta Bernao, según estudios recientes de la Universidad UCLM, “esa capa o masa sedimentada con los años han corroborado que tiene la misma densidad que el hormigón”.

La fórmula se repite tanto en el interior como en el exterior, resaltando especialmente las lumbreras, cuya función no era otra que servir como medida de prevención:  “La importancia que tenían era servir de iluminación a la cueva y la ventilación, para cuando fermentaba el vino, que no hubiera tufo, es decir, que tuviera una correcta ventilación de los gases tóxicos producidos por la fermentación natural del vino”, explica José María Díaz, cuyo padre ha elaborado gran número de las tinajas de cemento en el municipio manchego.

Respiraderos que sirven de ventilación interior para los silos
Respiraderos que sirven de ventilación interior para los silos

Modestas viviendas en La Mancha toledana

Del latín siru, como acepción que los romanos usaran para referirse a los sistemas de almacenamiento de grano, evolucionaron las peculiares viviendas de Villacañas. Ejemplo de construcción de algunos municipios de La Mancha toledana, los llamados silos conservan todavía las ventajas de los viejos silos, hasta 1.700 de ellos, en el siglo XIX, siendo una vivienda más cómoda de lo que aparentan ya que “presentan un aislamiento natural con temperatura constante todo el año lo que los convertía en frescas en verano y cálidas en invierno”, matiza Nuria Muñoz, una joven empleada del Consistorio de Villacañas, encargada de enseñar los silos  a las visitas turísticas. Una isotermia, que a salvo de humedades excesivas que produjeran la acción de  agentes activos, hoy día podría ser el paradigma de la mejor conservación del vino.

Nuria Muñoz, empleada municipal del Ayuntamiento de Villacañas, en la entrada de un silo

Los silos villacañeros se documentan ya en el siglo XVIII con el catastro del Marques de la Ensenada, aumentando su proliferación durante la siguiente centuria. Fueron modestas casas subterráneas, que arañaron el espacio en la tierra a partir a partir de pozos verticales para distribuir espacios de vivienda, sencillos y cotidianos. La simplicidad de las estancias, donde se vivía con lo justo, demuestra el apego el agricultor a lo que suponía su propio sustento de vida.

Aperos de labranza y diverso material que refleja las labores del campo

Aperos de labranza y ganado compartían lugares comunes en la familia: “Eran más que uno más de la familia; los animales permitían sobrevivir en la humilde economía de núcleo familiar”.

Dormitorio principal de un silo

Cuevas y silos que recuperan la esencia agropecuaria, cristalizando en el patrimonio común de La Mancha un referente común y etnográfico para el turismo de interior.

 

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