En el taller de varias generaciones de artesanos boteros

Durante siglos, las botas han remojado gargantas de fiestas, caminos y arrieros. Fueron ya vinculadas en la Antigua Grecia, aunque la referencia más directa que liga piel y vino, acude al imaginario colectivo cuando también se recuerda aquel famoso pasaje (capítulo XXXV de la Primera parte del Quijote) de los cueros de vino, donde el Hidalgo Caballero ensartara su acero con aquellos corpulentos gigantes. Demencia de duelo y espada que terminaría por disgustar al ventero, y que  hoy son todavía el adorno en bodegas y restaurantes.

En el caso de las botas, su elaboración apenas ha variado en los últimos años, respetando como lo hacen en este taller de La Solana (en Ciudad Real) su forma y estructura. Un lugar donde pueden decir que llevan seis generaciones dejándose la piel. Lo principal es que sea “piel de cabra, que después adecuaremos en grosor según la capacidad que queramos de medio litro a litro medio, etc.”, apunta Pedro Alhambra, titular del taller.

 

Después, la piel pasará por agua caliente para ser estirada e igualada, “siempre se trabaja el pelo por fuera, que luego será la parte interior de la bota”. Los zurcidos posteriores permitirán que la bota adopte estructura y capacidad, “Mediante el hilvanado o embastado, como se denomina al cosido en el gremio, se une la bota en forma de trenzado que permitirá que quede hermética. Después se da la vuelta a la bota para que tanto la pez como la costura quede por la parte interior. Es quizá uno de los pasos más complicados en la elaboración, por lo que hace falta gran experiencia por parte del artesano. Es necesario la utilización del palo, con el que, una vez hinchada, se da la vuelta a la bota con un rápido movimiento de muñeca.”, sostiene Alhambra en su propia web.

Cosido de la bota supone un proceso importante

Uno de los elementos más característicos viene con la pez (una sustancia inocua, procedente de la resina natural del pino o el enebro de color negro viscoso), que funcionará como capa interna impermeable. Es el paso casi definitivo tras el cual se le pondrá la boquilla (de chorro fino, y bien como saben los buenos bebedores de bota,  nunca entrará en contacto con la boca del catador, como tampoco lo hace el “pitorrillo”, del botijo).

El color final de la bota va en función de los gustos y consumidores. Puede ser en crudo, como la propia piel, o en negro (simplemente teñida y engrasada). El collarín en rojo le aportará también su particular toque.

Pedro Alhambra representa más de cuatro generaciones de artesanos boteros

Consejos para su buena conservación

Artesanal y por tanto delicada y sensible. La bota de vino no es un simple recipiente ni tampoco una botella. No está hecha para conservar durante mucho tiempo el vino Lo mejor en esos casos siempre es vaciarlo. Una bota sin usar durante mucho tiempo producirá una oxidación del vino que dejará con malos olores a la pez, dejando por tanto inservible a la bota.

Lo más conveniente, apunta, Pedro Alhambra, es dejarlas con un poco de agua, renovada cada cierto tiempo o con aire, bien seca y limpia de vino. Esperará entonces colgada para ser disfrutada como fiel compañera de viajes y festejos, en aquellos sedientos de trago festivo.

2 COMENTARIOS

  1. Tengo una bota Alhambra que ya tiene más de 30 años. Estaba olvidada en la despensa, dura, tiesa y con las paredes pegadas en su interior. La restauré facilmente siguiendo consejos de internet, también apliqué grasa de caballo a la piel, y le cambié el cordón por una correa de cuero. El producto funciona perfectamente; como el primer día. Con ese color oscuro característico, su belleza y bondad siguen en aumento. Es una preciosidad. Mi admiración para estos artesanos, y mi agradecimiento a los trabajos bien hechos. Enhorabuena.

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