buen-aspecto-de-los-racimos-al-punto-de-su-cuajado

Como ser vegetal la vid se ciñe a ciclos biológicos marcados según los ritmos de las propias estaciones del año. Si  la llegada del otoño e invierno, como periodos más fríos significan la parálisis de la actividad en la propia planta, entrando en un momento de letargo, con la primavera, la vid retoma su actividad. Primero, en marzo, tras el desborre de las yemas, llega la brotación (allá por el mes de marzo o finales de febrero si ha sido un invierno suave en temperaturas) que nos deja estampas de gran belleza estética.

En los meses siguientes, por abril y mayo, la masa foliar aparece en la cepa, recubriendo de exuberante pámpana a los sarmientos. La luz primaveral es la adecuada y  la savia joven de la planta fluye ejecutándose las funciones vitales con la fotosíntesis. Es el momento de la poda en verde, para descarga foliar y respiración de la propia vid.

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Imagen de la vid en La Mancha a finales del mes mayo

Llegamos así a la floración, producida ya a las mismas puertas del verano (un periodo estival, quizá algo más adelantado de lo habitual en temperaturas) en pleno mes de junio. Serán los futuros racimos, se atisban unas minúsculas florecillas blancas, de sexo hermafrodita. El viento y los insectos completarán la misión natural de la polinización en estos días, donde la lluvia (pero nunca en exceso) es bienvenida por el viticultor. El cuajado de las uvas se verá determinado en estos términos por las precipitaciones y temperaturas de primavera.

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La floración es también un indicador de la cantidad de la cosecha que se aproxima así como también un buen indicio para saber si la vendimia se adelanta o será tardía. Primeras estimaciones, siempre a priori, antes de afrontar el severo estío manchego (clima mediterráneo de interior).

Temperaturas cálidas (no asfixiantes como en verano) junta a precipitaciones hacen de este periodo un momento crucial para la viticultura, ya que es el caldo de cultivo idóneo para hongos y enfermedades. No obstante, la buena insolación de las viñas en La Mancha, con más de 3.000 horas de sol al año, el buen estado sanitario del fruto suele estar garantizado.

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