El vino en Semana Santa
A closeup of a glass of wine with biscuit in the background

La tradición cristiana confiere al vino una expresión sagrada durante la tarde del Jueves Santo con la ‘Última Cena’.

Aquella tarde, Jesús junto a sus discípulos celebrarían la cena de Pascua. Una festividad judía, Pésaj, que conmemoraba, la liberación del pueblo semita de la esclavitud del Egipto de los faraones conducidos  por Moisés:

Cuando llegó el día de la fiesta de los Panes sin levadura, en que debía sacrificarse el cordero de la Pascua, Jesús envió a Pedro y a Juan, diciéndoles:

—Vayan a hacer los preparativos para que comamos la Pascua.

—¿Dónde quieres que la preparemos? —le preguntaron.

—Miren —contestó él—: al entrar ustedes en la ciudad les saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo hasta la casa en que entre, y díganle al dueño de la casa: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la sala en la que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” . Él les mostrará en la planta alta una sala amplia y amueblada. Preparen allí la cena.

Ellos se fueron y encontraron todo tal como les había dicho Jesús. Así que prepararon la Pascua.

Lucas 22:7-20

Sin embargo, para el maestro, no era cena más, ya que tenía un profundo significado espiritual con aires de despedida. Era la ‘Ultima Cena’ donde quedaría instaurado el sacramento de la Eucaristía para los cristianos. 

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Contenidos

Pan y vino

Fue un gesto tan sencillo (cómplice y reconocible para las primeras comunidades cristianas, años después como Emaús) como universal y cotidiano en la mesa mediterránea. (Com)partir el pan para simbolizar esa comunión en espíritu con aquellos comensales, que a partir de ese momento serían algo más que discípulos y testigos:

“Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo”  Mateo 26:26-29

Un sacro “maridaje” que se completaría con la consagración del vino:

“Del mismo modo, tomó el cáliz y se lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y bebed todos de él, porque esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía.” Lucas 22:19-20;

Con la Santa Cena o Eucaristía para los cristianos, Jesús de Nazaret opta por dos productos (o alimentos en el contexto de la tradición) que todavía hoy son la columna vertebral de la Dieta Mediterránea. Pan (cereal) y vino (vid), como sendos cultivos que han marcado la tradición clásica de todos los pueblos a orillas del mare nostrum durante siglos y generaciones.

Además, tampoco es casualidad que los primeros y más intensos pasajes de la propia Pasión de Semana Santa arranquen en Getsemaní, en aquel huerto de los olivos (aceite). Queda completa así esa triada mediterránea.

Maridajes de Cuaresma y Vigilia…con vino.

Desde la moderación y el respeto a los preceptos de cuaresma y vigilia para los creyentes, la Semana Santa presenta un recetario popular rico y sabio en tradiciones gastronómicas.

Bacalao y potaje de vigilia

Son los platos estrella en nuestra mesa castellana cada Viernes Santo. El potaje de vigilia, contundente pero vital, sano y completo por su aporte de legumbres y verdura (espinacas) se completa después con el bacalao. Un pescado atlántico que, sin embargo, por su preparación y buena conservación en salazones, ha formado parte de la cocina ibérica en sus múltiples acepciones.

 

Y como el vino no puede faltar en esta Semana Santa, optamos por dos versiones según colores. De un lado, para los que prefieren blancos, un joven airén de la añada actual, siempre servirá como antesala. No obstante, dado la contundencia del propio potaje, un blanco con más estructura puede soportar el envite de los garbanzos. Un Chardonnay de paso por madera encaja en esa armonía de sabores.


 

Si optan por un tinto, mejor joven, variedad tempranillo, con toques frutales y tanino recio para contrarrestar la textura del bacalao.

Para los golosos

No hay Navidad sin turrón o polvorones como tampoco existe una Semana Santa donde cada cual no se libre de probar con “pasión” y deleite las conocidas torrijas. Hay quién apunta en su tradición en Semana Santa en un excedente de pan en la compensación de altos precios y carestía por el consumo de carne. Sea como fuere, su origen como alimento, que debiere estar ligado al origen romano, ha situado a las torrijas en el epicentro de la gastronomía de primavera.

Torrijas, plato inconfundible fuera y dentro de nuestras fronteras

Sus ingredientes son sencillos como su forma de preparación. En finas rodajas de pan, se dejan empapar de leche y huevo para después freir en la sartén. Una vez hayan tomado un color bien dorado, se enfrían para ser rebozadas en un lecho de azúcar y canela como toque final.

Redondeamos la velada con un blanco moscatel (naturalmente dulce, incluso mejor), sin olvidarnos tampoco de un espumoso semiseco como festejo de burbuja en aquellos que quieran, después celebrar, “al tercer día según las escrituras”, el anuncio del Resucitado.

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