Aunque después le sucede un periodo de austero comportamiento cristiano, previo a la Semana Santa, el carnaval es probablemente una de las fiestas más universalmente celebradas en la cultura occidental durante el mes de febrero.
Bailes, disfraces, diversión y un cierto relajamiento de los usos y costumbres permiten romper durante estos días las convenciones socialmente aceptadas para imitar comportamientos que difieren de lo habitual.
Por un día, nos metemos en la piel y máscara de un personaje para ser otros y olvidar nuestro papel rutinario del resto del año. Se acepta la crítica, la chanza y, aunque solo sea por unos días, los poderes gobernantes y las instituciones más sagradas son cuestionadas.
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Orígenes remotos en la Antigua Roma
Del latín carnevale, (o ‘despedida de la carne’, en clara alusión a la tradición de la cuaresma que prescribía un consumo calórico austero), el carnaval podría estar incluso ligado a los rituales más primarios del ser humano, con cierta afinidad a los ritos de caza, sobre el 5.000 ac.
No obstante, como gran parte de nuestro calendario occidental, el sustrato festivo reside en la cultura clásica. Las llamadas fiestas Saturnales, en honor al dios Saturno, se celebraban en la antigua ciudad capitolina para recordar la edad dorada, caracterizada por la ausencia de guerras y epidemias en un periodo de prosperidad. Por un día, el mundo al revés con esclavos que hacían de señores, regalos y bromas que llegaban a todos, sin condición, y sobretodo días de festín bacanal y desenfreno. Con su coincidencia con el mes de diciembre terminaron por ser absorbidas por la Navidad cristiana.
Sería precisamente conforme se consolidarían las tradiciones cristinas, cuando las saturnales pasarían al mes de febrero, o febrarius, que procede del significado februare expiar o purificar. Es tradicionalmente el mes en el que comienzan también los cuarenta días de sacrificio y expiación de la cuaresma.
El carnaval se traslada con el cristianismo al mes de febrero, febrarius, que procede del significado februare, expiar o purificar.
Otros autores, aportan sentidos más pragmáticos al Carnaval, con el cambio de ciclo agrícola, final de las siembras de invierno y preparación de la llegada de la primavera.
Incluso, se cree, precisamente, que la despensa de alimentos almacenados en invierno, con la llegada de temperaturas más cálidas, llevaría a ser consumida con apremio, avidez en una fiesta de desenfreno antes de su corrupción.
Abogando siempre por la sana costumbre de la mesura en la mesa, el carnaval se puede disfrutar con tu copa de vino de favorito, mientras además, por un día, representas (disfrazado) aquello que te gustaría ser.
Vinos Jóvenes
Por fechas, en pleno mes de febrero creemos que los vinos jóvenes llegan en sus plenas facultades aromáticas. Su voluptuosidad frutal además simboliza la frescura y vitalidad de unas fiestas de carnaval que honran aquí y ahora el momento presente.
Los vinos jóvenes maridan con disfraces orgánicos, ligeros y desenfadados, con toques coloridos y marcado ritmo tribal.
Vinos con madera
Con todo, si prefieres los vinos de paso por madera, sobre todo si decides representar un vestuario de oficios artesanos y medievales, no cabe duda de que los crianza o tintos roble son lo tuyo.
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Vinos dulces
Retrocediendo aún más en el tiempo, si sientes una atracción irresistible por el mundo clásico, y te seducen los peplos vestales, las armaduras de gladiador y las togas romanas, sin duda, estarás más cómodo/a con un vino dulce.
Vinos espumosos
Por último, si tu disfraz tiene un regusto clásico, señorial, listo para los bailes de salón, estarás más cómodo con una copa de vino espumoso, brut nature. Su burbuja natural, fina y persistente te transportará a los salones elegantes donde sonreír e insinuar bajo el discreto antifaz.