Paisaje cultural y antropológico de un cultivo profundamente arraigado en la sociedad manchega
Su origen se ciñe a la vieja cultura grecolatina, que tanto ha aportado a la civilización occidental. Aunque, debemos a la Antigua Roma esos mimbres de sustrato común a lo largo del viejo Mare Nostrum, allende las fronteras de Legión y espada, la vid encuentra sus primeros visos de documentación histórica más al este de Europa, en lo que hoy podría identificarse como Georgia, antigua república soviética. Con todo, el viñedo cimenta el pilar de la agricultura para los pueblos bañados por el Mediterráneo.
Crisol de culturas, y modelo de vida en los hábitos de comportamiento, la llamada dieta mediterránea fija sus raíces en la triada mediterránea de tres cultivos, tan vitales para nuestra alimentación, que encajan perfectamente con las condiciones geológicas y sobretodo climáticas del entorno, a saber: olivo, cereal y vid. Éste último actúa, no solo como un activo fundamental en el esquema productivo de muchas economías españolas, también se ha constituido como un elemento más del acervo inmaterial y antropológico que consolida el patrimonio cultural de los pueblos que trabajan la viticultura.
El paisaje del viñedo en La Mancha
Desde esa óptica antropológica, y fijando su estudio desde el análisis del paisaje, la Universidad de Castilla La Mancha ha estudiado en un reciente Curso de verano la dimensión cultural y económica del viñedo. Un cultivo, que ocupa, solamente en La Mancha unas 300.000 ha. Su vinculación productiva al cultivo mediterráneo, ligado al código genético de la península ibérica, permite un acercamiento desde el punto de vista de la interacción del hombre con su entorno, en consecuencia, desde el fruto de la propia naturaleza culturizada; así lo entiende María Pía Timón, miembro del Instituto de Patrimonio Cultural de España, del Ministerio de Cultura, quien asegura que la tradición del viñedo en La Mancha, “es enorme y de siglos. Tenemos documentación topográfica que se remonta ya al siglo XVI, en el reinado de Felipe II, de cómo se actuaba en casos de granizo o cómo afrontar las plagas de langosta”. Más aún, para esta experta en antropología cultural, lo más llamativo es la esencia espiritual que apoya la vinculación de los viticultores manchegos con su advocaciones religiosas, indisolublemente unidas a las encuentros de festividad popular: “la riqueza toponímica de los lugares para denominar una viña, las técnicas de trabajo, los propios refranes, leyendas relacionadas con el vino”. Una base común, que ni siquiera pasó desapercibida en los escritores del Siglo de Oro. El propio Lope de Vega, en 1615, ensalza el vino manchego en su comedia ‘Galán de La Membrilla’ , que narra los amores entre dos municipios de Ciudad Real:
“Que de Manzanares era la niña,
y el galán que la lleba, de la Menbrilla. |
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El galán hidalgo, bizarro y libre | |||
llebóse la niña de los melindres; | |||
ella fue la Çirce de nuestra villa, | |||
y el galán que la lleba, de la Menbrilla”. |
Así, se menciona explícitamente el vino en la comedia, como: “El rico vino que tienen la Membrilla y Manzanares”. Una relación de los versos de Lope de Vega, que demuestra la buena acogida de los vinos de La Mancha en la corte de Madrid: “o he de menester quinientas arrobas para la Corte de tinto y blanco…”.
Arquitectura del paisaje manchego: sus bodegas
Esa tradición popular encuentra su forma de expresión, no solo en el viñedo, como paisaje material a lo largo de los siglos, también las propias bodegas constituyen ese legado patrimonial en la experimentación, ordenación y aprovechamiento del espacio. Así, se entiende, por ejemplo, como en una adaptación más pragmática, las cuevas, ya en el siglo XVI fueran el lugar de reposo y elaboración paras bodegas en las viviendas familiares. Suelos de arcilla-marga, fáciles a la excavación explican la gran presencia de cuevas en municipios manchegos pero distantes en el espacio como Noblejas (Toledo) y Tomelloso (Ciudad Real). En este municipio, por ejemplo, el profesor y arquitecto Diego Peris encuentra fascinante la evolución de la fisonomía urbana de Tomelloso al calor del crecimiento económico, basada en el sector de la viticultura, que despertó a Tomelloso durante las centurias del XIX y XX, donde los tejados de las ciudades se coronaban “por decenas de chimeneas alcoholeras de un gran interés para la arqueología industrial”.
En aquel momento, el viñedo tomellosero, incluso, se postuló como una alternativa vital para el maltrecho cultivo europeo, castigado por la temible filoxera. Peris cree que no se puede entender tampoco la realidad económica y social sin la aportación cooperativa como modelo de respuesta social y económica en un contexto y una época: “hubo momentos incluso en que había más cooperativistas que casi habitantes en algunos municipios, lo que explica la importancia que tuvo cada cooperativa en algunos municipios”.
La vid como recurso: dimensión cultural y turística de los viñedos manchegos
Pasado, presente y futuro, con cierta ralentización, pero con esbozos que permiten encajar sus posibilidades en una amplia oferta cultural de gran interés, el enoturismo despierta en La Mancha. Lo justifica la profesora de marketing-comercialización de Investigación de mercados en la UCLM, Mar Gómez, quien está convencida de su futuro para los municipios manchegos. La relativa cercanía a ciudades referencia para el turismo de interior como Toledo o Cuenca y su irrigación dentro de la gastronomía tradicional hacen de las bodegas manchegas un lugar de gran interés para el turista que busca en el vino, una experiencia añadida: “Quijote, experiencias, gastronomía y también entornos de belleza natural como Ruidera, o Cabañeros, por ejemplo; se presenta la simbiosis perfecta para oferta no solo un buen vino, sino solo todo aquello rodea al vino, que es mucho en La Mancha”.