Ahondamos en las curiosidades del mes de marzo, mes “dedicado al dios de la Guerra” en la Antigua Roma que también anuncia el despertar de la vid.
Cierre del ciclo invernal del primer trimestre del año, el mes de marzo no es solo un mes bisagra que trae la tan ansiada primavera a nuestros campos.
“Traicionero” por naturaleza, inconstante e inestable, marzo es también amigo de los catarros.
La confianza en las jornadas soleadas, que tanto esperamos con hastío invernal, nos puede jugar malas pasadas. Pues marzo también es ventoso y en zonas de interior como La Mancha, con una fuerte amplitud térmica, nos recuerda que las noches pueden ser aún frescas.
Precisamente, en la antigua Roma, cuna de nuestra (viti)cultura el mes de marzo cobraba un especial significado.
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El mes de marzo para los romanos
En el calendario original de la conocida ciudad romana, el primer mes del año quedaba reservado al propio dios de la guerra, Marte, procreador junto a Rea Silvia de los famosos gemelos Rómulo y Remo.
Posteriormente, con modificaciones y añadiduras de los meses de febrero y enero, marzo sin embargo, mantuvo una importancia capital para la ciudad de las siete colinas.
Vuelta a las campañas bélicas
De hecho, una sociedad como la romana, supersticiosa y muy respetuosa de los rituales divinos, marcaba en el calendario la llegada de marzo como un retorno a las actividades militares. Nuestro lenguaje ha incorporado con naturalidad “la vuelta a los cuarteles de invierno”, como una expresión habitual para referir el repliegue de las actividades a mínimos.
Era, literalmente, lo que hacía esa gran maquinaria de combate que suponían las legiones romanas. En invierno, replegaban sus fuerzas hacia los cuarteles invernales (aunque sin descuidar el limes).
Así, siglos después, esos campamentos romanos, con su trazado perfecto de cardus y decumanus, como arterías principales, se convertirían en asentamientos definitivos o urbes. De ahí procede, por ejemplo, el origen de León (Legio).
Guárdate de los idus de marzo
Tal fue la profecía del oráculo que advirtió al victorioso Julio César sobre una futura conspiración senatorial para acabar con su vida. Corría el año 44 ac, y Julio César, general triunfador, aclamado por la plebe, había sido avisado del peligro de aquel 15 de marzo. Los idus eran los días de buenos augurios. Se celebraban el día 13 cada mes, excepto en el mes de marzo, que sería 15.
Y caprichos del destino, en los idus de marzo de aquel 44 ac, el genio militar, victorioso en las campañas de la Galia, sería apuñalado por algunos miembros del senado de Roma, en el mes de la Guerra. Algo que dos años después, su hijo adoptivo, Octavio Augusto se encargaría de vengar derrotando en Filipos (actual Grecia) a Bruto y el bando conspirador encargado de “salvar” la República de Roma de un tirano.
El pasaje pasaría a la historia y gracias a los textos clásicos, dio pábulo a infinidad de novelas y obras de teatro. La más famosa, Julio César de de Shakespeare, que inspiró a películas con un genial Marlon Brando en el papel de Marco Antonio, a la sazón, amante de la mujer egipcia más famosa de la historia: Cleopatra.
El poético llanto de la vid
Menos dramático y sangriento, y sí más bello y plástico es el canto de vid(a) que derrama el viñedo, cada mes de marzo. Las lágrimas no son sino pequeñas gotas de savia que supuran de los cortes de la poda invernales, reflejando como la propia planta se (re)inicia a la vida, arrancando un nuevo ciclo biológico.
Es el despertar térmico al compás que marca la propia naturaleza, y suele llegar cuando existe un cómputo de tiempo con saldo en positivo en temperaturas (por encima de los 10 grados centígrados), lo que lleva a la planta a desperezarse.
No hay reglas ni protocolos. Manda la naturaleza y ese llanto puede sufrir un retraso o adelanto según caprichos térmicos del mercurio.