La Mancha tuvo presencia en el Siglo de Oro

Merecidamente ganado, tiene un lugar privilegiado en el mundo gourmet. Más allá de las conversaciones banales del tiempo, evita malentendidos de política y fútbol, asegurando un barniz cultural en las educadas conversaciones de negocio en la mesa. El vino tiene por derecho y profesión un nicho de crecimiento en la restauración y su demanda, aunque tímidamente, crece en el público final que se acerca a su consumo desde las nuevos relatos y experiencias del enoturismo.

Sin embargo, aunque su precio (desorbitado, en ocasiones) en las cartas de afamadas restaurantes parece justificar su valor para los winelovers más distinguidos, lo cierto es que el vino ciñe sus orígenes de consumo en contextos más populares y cotidianos, ligados a la propia picaresca de los estamentos sociales llanos, cuando la ingesta de calorías rozaba los propios límites de la supervivencia.

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El vino en el Siglo de Oro

Hablamos, por supuesto, del Siglo de Oro español, un periodo, en esencia, pleno de contrastes económicos en el seno de la corona hispánica, inmersa en una crisis social que reflejaba el ocaso imperial de los Austrias y que sin embargo fue testigo que alumbró uno de los periodos más fértiles en la historia del arte y las letras castellanas.

Desangrada en impuestos pecheros, la sociedad castellana tuvo que soportar las campañas militares y estériles guerras de religión durante prácticamente todo el siglo XVII. La entrada de metales procedentes de América no solo desajustó los precios en el interior de la Península, sino que además gran parte del presupuesto iba destinado a sufragar los gastos militares en conflictos militares como los Países Bajos (el “Vietnam del Imperio español” para diversos historiadores hispanistas).

La silueta de los vinos de La Mancha indisolublemente unida al Quijote
La silueta de los vinos de La Mancha indisolublemente unida al Quijote

La Corte de los Austrias no escapa del ocaso con la llegada de los validos. Se trata de personajes que gozan de la total confianza delegada del monarca para gobernar a su antojo e interés con poder omnímodo. Primero el Duque de Lerma y posteriormente, el propio Conde Duque de Olivares son paradigmas de la corrupción en una sociedad donde los estamentos nobiliarios condenan el trabajo lastrando cualquier atisbo de incipiente desarrollo económico. Es el perfecto terreno abonado para la contrarreforma católica, el contragolpe dogmático e ideológica de Roma hacia la religión protestante que bendice la riqueza, el libre albedrío y la propia iniciativa de empresa.

Atrás queda el pensamiento que bebe de las fuentes clásicas del Renacimiento. La llegada del Barroco expresa en su juego de contrastes y claroscuros, deformidad, boato y fachada, una profunda crisis espiritual de la sociedad castellana. La decadencia agudizó el ingenio y con el Siglo de Oro asistimos a las mejores obras de pintura y literatura de la historia. Aunque sus límites son imprecisos, podrían situarse entre siglo XVI (1580 y 1681, con la muerte del escritor Calderón de la Barca).

Los vinos de La Mancha en la Corte

El Siglo de Oro fue, no obstante, un periodo de esplendor que también trascendió al vino de La Mancha, convertido, por cercanía natural, en paladar y reclamo como vino de la Corte, en el Madrid de los Austrias. Las referencias a los vinos de La Mancha son directas aludiendo, en muchos casos a su buena calidad.

Y es que, el vino trascendió los umbrales del consumo cotidiano para convertirse en juego, alimento y diversión, exceso y pecado, milagro y penitencia, pendencia y taberna e incluso medicina en algunos tratados de la época que no dudaron en prescribir su consumo en el equilibrio de humores del cuerpo.

 

No escapan a sus excesos, ni el truhan de taberna, ni tan siquiera el clero, que tan certeramente describe Quevedo con sus versos: “Dijo fray Jarro, con una vendimia en los ojos, escupiendo racimos y oliendo a lagares, hechas las manos dos piezgos y la nariz espita, la habla remostada con un tonillo de lo caro. Estos santos que ha canonizado la picardía con poco temor de Dios.”  Sueño de la Muerte (1627).

Numerosos autores citan a los vinos de La Mancha por su referencia de calidad
Numerosos autores citan a los vinos de La Mancha por su referencia de calidad

Como tal en su contexto barroco, el vino enciende, por un lado, apasionadas defensas que incitan a su consumo con grácil jubilo, mientras que por otro, se recomienda su ingesta desde la moderación, condenando el exacerbo que conlleva otros pecados asociados de la carne. Sonetos y versos reflejan por tanto la naturalidad del consumo de vino. Algunas fuentes citan su cantidad sobre los 200 litros de vino por persona anuales a comienzos del siglo XVII en la villa de Madrid.

Una cifra que quizás se queda corta, a juzgar por el número de tabernas que describe el propio Lope de Vega no sin cierta ironía: “Es Madrid ciudad bravía que entre antiguas y modernas tiene trescientas tabernas y una sola librería”.

Vino y agua

Toscos, ásperos y casuales, los vinos en el Siglo de Oro  todavía distan en tiempo y calidad de los actuales contemporáneos. El tiempo es su adversario y por ello no pasan del año en su conservación y consumo. Como ya sucediera en la Roma clásica, la mayoría de las veces se maquillan sus defectos con agua y aditivos como azúcar, canela, miel u otras especias. Se añade agua para aliviar su natural astringencia, cayendo en la tentación de su engaño los taberneros. Hay quién puede, incluso encontrar su vigilancia en los precios y ordenanzas por parte de las autoridades de la época un referente lejano de los veedores que custodian la calidad de los primeros Consejos Reguladores.

El vino está omnipresente en la obra cumbre de Cervantes. En más de cuarenta ocasiones aparece mencionado, a sabiendas de que el propio Cervantes, docto en su consumo, y avezado mojón (catador) por boca y pensamiento del escudero Sancho nos ha dejado citas de su importancia. Quizás, cabe rescatar la referencia directa del Quijote a su amigo cuando le recomienda moderación en la copa: “Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda ni cumple palabra”

El fénix de los ingenios españoles también se rindió a los encantos del vino manchego, sirviéndole como inspiración. Lope de Vega ensambla vino, historia y amores en una de sus obras con guiños directos al con El Galán de la Membrilla: ”Si con su padre topares esta carta has de sacar diciéndole que a comprar viene un hombre de Manzanares el vino de su bodega y le escribe por saber si se lo quiera vender porque, trajina y trasiega cuanto hay aquí y en Membrilla para la Corte”.

Recreación de una cocina en el Siglo de Oro, casa de Dulcinea. El toboso
Recreación de una cocina en el Siglo de Oro, Museo Casa de Dulcinea. El toboso

No obstante, ha sido Francisco de Quevedo y Villegas, con mordaz lengua, una de las plumas más ilustres en retratar los elogios al vino. Caballero de la Orden de Santiago, dramaturgo de la Corte, pasó sus últimos días en el campo de Montiel, falleciendo en Villanueva de los Infantes. Conocidos son los versos que dedica al consumo de vino “para conservar la salud y cobrarla si se pierde, conviene alargar en todo y en todas maneras el uso del beber vino, por ser, con moderación, el mejor vehículo del alimento y la más eficaz medicina”. El Gran Señor de los Turcos.

Una afición que sirve de pretexto para afilar su crítica en su más acérrimo enemigo, Luis de Góngora, quién no duda en achacar al vino una dependencia excesiva:

Hoy hacen amistad nueva, Más por Baco que por Febo
Don Francisco de Quebebo, Y Félix Lope de Beba.”

Sea como fuere, La Mancha debe al vino su contacto comercial y sustento económico en aquellos tiempos de contraste y zozobra. Un contexto de confusión para el más común de los mortales, súbditos castellanos, que testigos de un esplendor imperial venido a menos, encuentran sosiego y consuelo en el teatro, los sonetos y el vino.

Tempus fugit…brindemos.

 

 

 

 

 

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