Uno de los mayores productores de tinajas es Villarrobledo, donde los tinajeros se dejaban la piel trabajando en piezas únicas que podían llegar a alcanzar cuatro metros de altura y que han servido durante siglos para conservar la naturalidad y la autenticidad del vino.

Tierra de viñedos y tinajeros, el pueblo manchego aprovecha todo lo que el suelo puede ofrecerle, desde la vid hasta el barro.

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La familia Orozco

Por el entresijo de calles del corazón de Villarrobledo se encuentra el taller alfarero de los Orozco, familia con tradición tinajera que lleva en el oficio desde hace seis generaciones: José Gómez Orozco dio nombre al negocio, otorgándole su apellido.

Con 84 años de edad, Tomas Gómez, jubilado, ha pasado el legado a su hija, Maribel Gómez. “El proceso es largo y muy laborioso, el cual requiere gran maestría en todas sus etapas”, como ellos mismos afirman.

 

En su taller, fusionan la modernidad que pide el siglo XXI con la tradición para así hacer tinajas encargadas por las bodegas o pequeñas piezas decorativas (en la actualidad pueden cocer piezas de hasta 160 cm en su horno, que llega a los 800 grados en óptima cocción con hasta un metro de llama).

En el proceso también tienen en cuenta las características del clima (mejores en invierno).

El alfarero, Tomás Gómez, se deja llevar por los recuerdos desde su pequeño y austero taller, tiempos en los que “las jornadas eran más duras” y “la alfarería tenía renombre, cuando era un trabajo venerado por el resto de vecinos”.

Para él, la alfarería es pasión, arte y esfuerzo. Aunque el negocio no siempre fue bien, pues Gómez también tiene muy presente como, en el 1963, el negocio tinajero cayó en picada por culpa de la entrada del cemento.  

En el taller de los Orozco se encuentran piezas exclusivas que la familia ha creado con sus propias manos, gracias al legado familiar y la vocación que les provoca trabajar el barro. Allí se pueden encontrar “tinajas con red”.

Estas, en palabras de Maribel Gómez, fueron fabricadas con una malla en barro que permitía la salida del agua pero no la entrada de agentes contaminantes. Esa peculiaridad las hacía perfectas para aquellas mujeres y hombres que trabajaban de sol a sol en el campo.

Solo queda preguntase, ¿por qué las tinajas de Villarrobledo son sinónimo de calidad? La respuesta es más simple de lo que uno espera: por el barro, un elemento fundamental en la conservación de vino.

Maribel Gómez, al frente de la familia de Villarrobledo Orozco
Maribel Gómez, al frente de la familia de Villarrobledo Orozco

Permite una microoxigenación y lo mantiene a una temperatura constante respetando su esencia más pura.

La artesanía tinajera con museo propio

Muy cerca del taller hay un museo que da a conocer el oficio tinajero y potenciando tanto su importancia en la economía de la manchega Villarrobledo como su parte más artística.

Como matizas la promotora del turismo local, María José Torres, el objetivo del museo es que “el público pueda llegar a conocer, descubrir, valorar y aprender de una manera directa y participativa los secretos de nuestra tradición artesana más relevante”.

Ana J. Torres, promotora de Turismo en Villarrobledo en el Museo
Ana J. Torres, promotora de Turismo en Villarrobledo en el Museo

En el recorrido por el mundo tinajero, el ojo enseguida capta la mayor peculiaridad del proceso de elaboración: el amasado del barro con los pies. La técnica, en palabras de Torres, “sirve para ablandar el barro para su posterior manipulación con las manos”. El resto de espacios se centran en la fase de cocción de las tinajas, pudiéndose entrar a la olla. La visita, además, incluye escenografías, fotografías, paneles gráficos y otros soportes que repasan los datos más importantes del oficio tinajero.

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