Pocos lugares pueden presumir de una historia tan arraigada al vino como la comarca de La Mancha. Con 182 municipios pertenecientes, repartidos en cuatro provincias (Albacete, Cuenca, Ciudad Real y Toledo), cada rincón expele su propia historia, que no podría contarse sin el vino. Y es que, desde tiempos (casi) inmemoriales, la sociedad manchega, con la dieta y cultura mediterránea como eje, sustenta los pilares de su economía agrícola en su conocida como triada mediterránea: cereal, olivo y vid.

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Historia del vino de La Mancha

Debemos retroceder decenas de siglos para poder situar el origen del vino en La Mancha. La primera vez que se puede corroborar su presencia, que no su cultivo, es durante el siglo VII a.C. Los vestigios encontrados en el yacimiento ‘La Bienvenida’, perteneciente a la provincia de Ciudad Real, corroboran el consumo de vino en uno de sus edificios. Una bebida, que ya gozaba de gran éxito, y que logró introducirse en estas tierras a través de .

Los romanos; los promotores de la viticultura en La Mancha

El vino de La Mancha en la Antigua Roma, recreación

No obstante, el verdadero nacimiento de La Mancha como ‘tierra de vinos’, vino de la mano de los romanos, tras conquistar Hispania. Fueron ellos, precisamente, los que introdujeron la viticultura en la comarca, percatándose de sus buenas aptitudes para su cultivo. De hecho, el cultivo de la vid y la elaboración de vino, llegaron para quedarse, impregnando todos y cada uno de los elementos que componen su espacio y sociedad.

Poco tiempo después, los vinos peninsulares fueron adquiriendo una gran fama más allá de sus fronteras. Todo ello, gracias a que terroirs como el de La Mancha conseguían extraer las mejores propiedades organolépticas de sus frutos. De ahí, podían elaborar vinos caracterizados por su alta graduación, que en aquella época lo condimentaban con miel y especias. En muchas ocasiones, incluso eran rebajados con agua.

La caída del Imperio Romano y la continuidad de la viticultura manchega

Vitela Teatro, recreación de Órdenes Religiosas, muy importantes para el desarrollo de la viticultura en La Mancha

La caída del Imperio Romano no impidió que su legado vinícola siguiera en la comarca de La Mancha. Su cultivo y consumo prosiguió con gran fuerza, dejando una gran huella e influyendo irremediablemente en su historia; motivado también por su iconicidad en la religión mayoritaria: la católica. Incluso, durante la conquista y estancia musulmana de la Península Ibérica (711-1492), el consumo de vino no fue prohibido, logrando ser la única bebida alcohólica indultada, que transgredía los preceptos de Mahoma.

Vinos de La Mancha en el Siglo de Oro

Fue a partir del siglo XVI, con la inauguración del Siglo de Oro, cuando las zonas vinícolas de España comenzaron distinguirse y desmarcarse de forma más perceptible. En una época en la que en las mesas de los españoles no solía faltar el vino; tampoco en las más altas esferas. Por cercanía y afinidad, los vinos de La Mancha tuvieron en la capital del reino su principal reclamo y mercado; en el llamado ‘Madrid de los Austrias’ y sus tabernas. Incluso grandes literatos como el gran Miguel de Cervantes, siempre mostró su clara predilección por estos vinos.

El nacimiento de la figura de calidad de la Denominación de Origen La Mancha

Atardecer en La Mancha

Con un legado tan extenso, los cambios del pasado siglo XX motivaron una irremediable transformación de la forma en la que se concebían y elaboraban los vinos. En La Mancha, el primer reconocimiento oficial y de carácter nacional como figura instaurada de calidad, es decir, lo que hoy conocemos como Denominación de Origen La Mancha, fue en septiembre de 1932. Nació así una de las denominaciones de origen más antiguas de España.

No obstante, los convulsos años de la Guerra Civil Española (1936-1939), así como sus difíciles años de posguerra, paralizaron la evolución de esta figura de calidad. Fue la década de los 60 cuando volvió a su andadura, inaugurándose, definitivamente, su Consejo Regulador en 1976.

Sin duda, fue todo un hito que permitió crear una identidad propia de una tierra, cuyos viticultores y bodegueros, han trabajado duramente (y lo siguen haciendo) para llevar al mercado los mejores vinos. Vinos que por su calidad y sabor sorprenden gratamente; vinos que, por su gran variedad, encuentran siempre a su consumidor perfecto.

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